Capitalismo Gore: Control Económico, Violencia, y Narcopoder de Sayak Valencia. Primera Reimpresión (Ciudad de México: Paidós, 2019) 

Si Alain Badiou ha enfatizado que las democracias se centran en la conservación de los cuerpos, Sayak Valencia nos dice que, en ciertas contrageografías, hay formas de poder que se fundan en la explotación y destrucción de los cuerpos. 

La primera gran tesis del libro es que, en la periferia del mundo capitalista, en territorios transfronterizos como Tijuana y el tercer-mundo más en general, como México, América Latina y Europa Oriental, se desarrolló una nueva configuración del capitalismo: el capitalismo gore. Según esta nueva lógica, la mercancía se volvió el cuerpo mismo y el uso espectacular, grotesco y desenfrenado de violencia sobre el mismo – por eso el apodo gore, proveniente del género cinematográfico (pp. 25 y 33). Pero este apodo hace algo más, ya que para Sayak Valencia, el Occidente, a través de series de televisión como The Sopranos, objetos artísticos empleando armas (la violencia decorativa, p. 169), videojuegos como Grand Theft Auto y una cobertura incesante de noticias relacionadas con los cárteles, narcotráfico, trata de menores y armas (entre muchos otros ejemplos posibles) ha desrealizado y espectralizado la violencia. Como diría Foucault, “la visibilidad [extrema] es una trampa”, porque así la ciudadanía se disocia simbólica y cognitivamente (pp. 178-180).

La segunda gran tesis establece que el capitalismo gore no resulta de la caída moral de estos territorios y gentes transfronterizas o de una sencilla ecuación entre pobreza y violencia. Más bien es el producto histórico combinado de la globalización y centro capitalistas, así como de la sociedad de hiperconsumo (pp. 70-73). Haciendo uso frecuente de los trabajos de Gilles Lipovetsky –pero se podría pensar en autores como Zygmunt Bauman también–, Sayak Valencia describe el afán consumista como constitutivo actual de la identidad, psicología y existencia de los individuos. Sin las trabas típicas de la moral o de sociedades basadas en roles fijos, este drive hiperconsumista opera tanto en las clases ricas como en las pobres, lo que hace que los miembros de las últimas estén dispuestos a hacer lo que sea para poder consumir como el resto de la ciudadanía y con eso alcanzar todos los valores individuales y sociales asociados al consumo. Pero, ¿cómo pueden los pobres acceder al consumo?  La respuesta dada es que es el capitalismo del centro quien lo permite, ya que el hiperconsumismo de fármacos y drogas –evocadores de una búsqueda desenfrenada de placer originando el consumo gore (p. 73-78)– juntamente con su prohibición y persecución por parte de todos los Estados, transforma estas mercancías en productos de elevadísima rentabilidad (se podría hablar también de la demanda por muchas otras prácticas ilegales como la trata). Así se crean las condiciones para la emergencia de un tipo distintivo de subjetividad del capitalismo gore: el sujeto endriago o el empresario/político/especialista que genera riqueza a través del ejercicio de violencia sobre cuerpos (p. 56). El campesinado, aplastado por la pobreza y los caprichos de los mercados mundiales, colabora con los sujetos endriagos. O sea, demanda (del centro capitalista) y oferta (de la periferia) se vuelven actividades entrelazadas en las cuales no caben la ilegalidad e inmoralidad (pp. 139-140).

En el capitalismo gore, se opera entonces una reconceptualización del trabajo debajo de las pautas del hiperconsumismo que, así como la pobreza y la falta de oportunidades en la periferia, ayudan a convertir en héroes e íconos a los sujetos endriagos, imágenes del éxito posible y disponible a tod@s l@s que quieran volverse mercaderes de la muerte (pp. 65-70). Una iconología que es reforzada por las actividades de cariz social llevadas a cabo por los sujetos endriagos. Pero mientras para el centro del capitalismo la violencia es desrealizada, en México y los otros espacios del capitalismo gore la violencia es muy real. Los lucros potencialmente fabulosos de los narcos (mejor, de sus cúpulas) estimulan una competencia mortífera con el desarrollo de lo que Sayak Valencia llama sobreespecialización de violencia. Asimismo, el cuerpo en riesgo y que debe ser mutilado, disuelto, torturado y asesinado no es solamente el del Otr@, ya que los sujetos endriagos arriesgan sus mismos cuerpos generando una subjetividad kamikaze (p. 154).

La tercera gran tesis del libro, y pieza central por detrás de las tesis anteriores, es el argumento de Sayak Valencia según el cual los sujetos endriagos exhiben una masculinidad que mimetiza el machismo del Estado Mexicano (p. 50). Para Sayak Valencia, este último despliega una forma de ser y hacer violenta, que busca afirmar su autoridad a través de la sumisión del adversario. En un contexto de Estado dual (las autoridades y el narcoestado), esto se traduce en una lucha continua por el poder último reafirmando y legitimando la masculinidad de los sujetos endriagos, que buscan también controlar y disciplinar el Estado. Pero hay otra dimensión en juego. Aunque el Estado Mexicano aparezca como autoritario y violento, asumiendo como su función la eliminación de los narcos, se encuentra en realidad dominado por la corrupción y demuestra profunda incapacidad de proveer servicios públicos y prestaciones sociales de calidad a su ciudadanía. Esta es una imagen perversa, podríamos decir, porque hace ver al Estado mexicano como un padre autoritario y negligente mientras los sujetos endriagos que buscan su eventual sustitución aparecen como preocupados por el bienestar social. Es decir, violentos y masculinos, para que puedan cumplir los designios y funciones que el Estado incumple.

Estas, me parece, son las tres tesis fundamentales de la obra de Sayak Valencia. Capitalismo Gore es un libro de intervención conceptual en el presente. Es fascinante la panoplia de conceptos (esta reseña analiza solamente una pequeña fracción de los que se encuentran en el texto) que son creados y desarrollados para capturar, describir y analizar un fenómeno nuevo o que había permanecido escondido. Sayak Valencia exalta esta labor conceptual porque, sostiene, los efectos y la naturaleza del capitalismo gore podrán llegar (¿llegarán?) al centro del capitalismo. Es un libro furioso, un fluir ininterrumpido de argumentos, perspectivas, disciplinas y conceptos que son convocados durante el análisis y que no dejan respirar al lector. Si bien esto da a la obra una ferocidad y entusiasmos raros en la producción científica, el rigor empírico y la presentación y análisis detenidos de contraargumentos, en cambio, sufren. Del mismo modo, dada la interconexión entre capitalismo, hiperconsumismo (que ha sido absorbido individualmente), pobreza, violencia, machoestado y demás, su sugerencia en el capítulo final de la necesidad de una educación que destruya la masculinidad imperante a través de un nuevo lenguaje (“el crimen no paga”) y “re-semantización del cuerpo y del dolor” (p. 211) aparecen como algo inadecuadas para la tarea, ya que parecen negar u obviar el peso y arraigamiento de la realidad de las descripciones hechas durante el libro.

Me gustaría terminar esta reseña aplaudiendo dos puntos del libro que, según entiendo, son de la mayor relevancia. 

Primero, es un libro que, aún perteneciendo a la teoría crítica, rechaza una lectura romántica de la agencia y nuevas subjetividades en –y de nuevas configuraciones de– fenómenos y geografías; buscando siempre, por el contrario, la complejidad. Un ejemplo claro (p. 165) ocurre cuando se critica la asunción de que la agencia tiene que ser directa y frontal para ser eficaz (más allá del libro, podríamos pensar aquí en la violencia y masculinidad de la heroína y vengadora feminista Aída de la película Rencor Tatuado, de Julián Hernández). Otro, cuando se rechaza la iconografía de Tijuana como un hogar posmoderno y fascinantemente novedoso. Segundo punto: Capitalismo Gore permite poner el acento en la responsabilidad ética de dos players: (i) los consumidores primer-mundistas que no se dan cuenta de que sus comportamientos contra las normas (como, por ejemplo, el consumo de drogas, p. 159) siguen, estructuralmente hablando, el hiperconsumismo y las pautas capitalistas, creando por eso el mundo descrito en el libro; y (ii) los mass media, porque muchas veces cosifican la iconología de los sujetos endriagos permitiendo la creación de un mercado, por el endiosamiento y espectralización de la violencia que generan, y por la simplificación que producen de los fenómenos. Un ejemplo que sumar a los que son mencionados en el libro es el de la asociación entre los narcos y Jesús Malverde (tratado ahora como Narcosantón), que contradice la rica tradición que lo conecta(ba) con buenas acciones en favor de los marginados (a menudo ayudando, por ejemplo, a “buen camino” a EE. UU.) a los que pedía otras buenas acciones a cambio((Creechan, James H y Garcia, Jorge de la Herrán (2005), ‘Without God or Law: Narcoculture and Belief in Jesús Malverde’, Religious Studies and Theology, 24 (2), 5-57.)).

*Me gustaría agradecer a Pablo A. Rapetti por la revisión lingüística.

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