Hace tiempo leía a Yásnaya Elena A. Gil desarrollar consideraciones sobre la identidad y su construcción, no sólo desde las características sino desde los contrastes. Su argumentación principal se vincula con que las identidades están servidas, diseñadas y controladas por los sistemas de opresión que establecen los contrastes, y en este sentido refiere tres sistemas de opresión que operan todo el tiempo detrás de cada elección, que enuncia como: el patriarcado, el colonialismo y el capitalismo. 

En estos días leí a bell hooks en “Enseñar a transgredir” y quedé capturada por la claridad de sus palabras. Pero nuevamente, las referencias a los sistemas de exclusión y opresión hacían referencia a sólo tres. Incluso, en la presentación que tiene el libro de quién es bell hooks, se expresa que el enfoque de su escritura ha sido la interseccionalidad entre raza, clase y género y su capacidad para perpetuar sistemas de opresión y dominación. El entretejido que plantea entre tales categorías es profundo, doloroso y claro. 

Las autoras reconocen al patriarcado, al colonialismo y al capitalismo, y los vinculan con sistemas de opresión y dominación; pero omiten hacer referencia explícita al capacitismo.

¿Dónde está la referencia al capacitismo? En ambos textos el capacitismo se encuentra entretejido en la narración pero velado y, sin embargo, al igual que los sistemas de dominación expresamente nombrados, el capacitismo opera todo el tiempo; está detrás de cada elección y posibilidad. 

En el libro de hooks se encuentran referencias tácitas al capacitismo como parte de la construcción de la opresión. Por ejemplo, en los estereotipos que sostenían y se reproducían durante la esclavitud, como que las mujeres negras eran poco inteligentes, o las separaciones de estatus entre mujeres blancas y mujeres negras con relación al “mercado sexual”, y que perduraron  después de la abolición -marcado por el sometimiento, violación y abuso sexual-, en que unas son damas y otras putas. Ello nos habla de un estándar, un uso diferenciado, e incluso una construcción de los cuerpos distinta, no sólo vinculada al género, al racismo o a la clase social, sino al capacitismo. Incluso, tanto en su escribir como en sus referencias sobre enseñar, la autora expone sus tensiones con el capacitismo y cuestiona maneras de poner el cuerpo para transgredir la opresión y la dominación. 

Para entrar en qué es capacitismo, conviene hacer referencia a un texto entrañable en el que Jhonatthan Maldonado Ramírez expresa que la sociabilidad de los afectos está mediada por el capacitismo. Desde una experiencia personal expone que hemos aprendido a desear en el marco de las economías afectivas heterocissexistas y capacitistas, que excluyen a cualquiera que no cumpla con el estándar. Desarrolla que lo sano comienza con la diferenciación binaria y jerárquica de los órganos genitales, que se exige para un cuerpo íntegro, simétrico, con funcionalidad normalizada; a la luz de un intelecto medible, con un estándar en equilibrio de emociones, entre otras.

Es así, el capacitismo como sistema de opresión se expresa en exigir un único modo de entender el cuerpo humano y la relación de ese cuerpo con su entorno. En el informe del Relator Especial sobre los derechos de las personas con discapacidad, de 2020, intitulado “Los efectos del capacitismo en la práctica médica y científica” se define al capacitismo como un sistema de valores que considera ciertas características típicas del cuerpo y la mente como esenciales para vivir una vida de valor; y señala que este conduce al prejuicio social, a la discriminación y a la opresión, y que se entreteje en la legislación, las políticas y las prácticas.

Aun cuando el capacitismo otorga un valor diferenciado a las vidas e impacta en las dimensiones de desventajas que marcan y construyen la experiencia de vida, su interpretación, la mayor parte de las veces, se restringe a sólo una forma de discriminación hacia las personas con discapacidad y no a un sistema de opresión, que queda velado. Esa confusión enmascara su poder político desde el lenguaje y sostiene la opresión. Confundir el todo con sólo una parte de sus efectos no es casual, sino que permite, desde el mito y la confusión, que la opresión se mantenga. 

Al exigir que los cuerpos se lean desde una diferenciación binaria y jerárquica se sostiene el menú de identidades que señala Yásnaya, y la diferencia entre mujeres que expresa bell hooks. La exigencia de “normalidad” que se le hizo al cuerpo, definió a quién se le otorgó que su cuerpo sí sea cuerpo, reconocido en las prácticas sociales como tal, que impacta en qué espacio ocupa y cómo lo ocupa; así como a quién se le reconoce la humanidad y los derechos. Los prejuicios capacitistas, entre otros, han sostenido que se haya considerado que hay unos cuerpos que están hechos para el trabajo pesado, otros para la satisfacción sexual de los hombres, aunque esta se logre a través de la violación, e incluso que no se reconozca el dolor, como sucede constantemente en la medicina respecto a las mujeres. Todas esas situaciones están mediadas y construidas por el capacitismo.

El capacitismo es el sistema de opresión que funge como la otra gran pata que sostiene a los otros sistemas opresivos. Se encuentra entretejido en todo, opera en todo. No son sólo tres grandes e identificables sistemas opresivos, son cuatro. 

Con el capacitismo, al igual que con el patriarcado, el capitalismo y con el racismo, no hay un único marco jurídico que prohíba sus opresiones. El reto normativo es nombrar la opresión, impulsar la interpretación de la discriminación, llenar de sentido lo que implica su violencia y develar lo que aún a la fecha permanece fuera de foco pero que genera múltiples dimensiones de desventajas. 

La Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad prohíbe las exigencias de un único modo de entender el cuerpo humano, y la violencia que se genera por ello. El desarrollar qué implica tal prohibición y llenarla de sentido aún es una tarea en construcción, que avanza lentamente. La Suprema Corte de Justicia de la Nación mexicana ya señaló que: “No hay personas normales y otras anormales. Todos somos diferentes y eso está bien”, pero el camino para construir el reconocimiento de todos los cuerpos tanto en diferencia como en similitud aún está en construcción, y con ello la garantía de derechos.

El capacitismo impacta a todos los cuerpos, y su violencia se exacerba contra algunas personas, como actualmente sucede con la violencia contra las personas trans. Leí un tuit en el que se señaló que tanto los argumentos -así como gran parte de los contraargumentos- para intentar privar a las personas trans de su autonomía no solo son transfóbicos, sino sumamente capacitistas, y considero que tiene toda la razón. La transfobia, que no es fobia sino odio, se sostiene no sólo en exigencias de género patriarcales sino en el capacitismo. El capacitismo es la cuarta pata que sostiene la opresión y la exclusión, la desigualdad y la violencia, que justifica un orden simbólico y que traza la línea entre quienes tienen y quienes no tienen derechos. El odio contra las personas trans está profundamente vinculado con el capacitismo como sistema de opresión y se utiliza para negar derechos de forma sistemática.

Aunque los otros tres sistemas de opresión nos sean más comunes en su identificación y estén más estudiados y reconocidos jurídicamente, ello no implica que el capacitismo no sea un sistema de opresión principal que por sí solo y entretejido opera en cada proceso. Ojalá que pronto la explícita identificación del capacitismo permee las narrativas actuales que luchan activamente por la dignidad y los derechos; porque se está viendo, pero no nombrando.


Cita recomendada: Alejandra Donají Núñez Escobar, «Opresión de cuatro patas: sobre el capacitismo, el género, la raza y la clase como sistemas de opresión social», IberICONnect, 25 de julio de 2022. Disponible en: https://www.ibericonnect.blog/2022/07/opresion-de-cuatro-patas-sobre-el-capacitismo-el-genero-la-raza-y-la-clase-como-sistemas-de-opresion-social/ 

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