Este domingo 16 de noviembre, los ecuatorianos acudiremos nuevamente a las urnas para un proceso de democracia directa en el que el pueblo decidirá, por un lado, si se realizan tres reformas a la Constitución vigente (preguntas de referéndum) y, por otro, si se convoca a una nueva Asamblea Constituyente que redacte una nueva Constitución (pregunta de consulta popular).

La Constitución actual, emitida en 2008, es la número 20 en la historia del Ecuador, por lo que si gana el sí, empezaríamos el proceso de redacción de la Constitución número 21. Ecuador está entre los países del mundo con más constituciones en su historia. Además, la Constitución de 2008, ya pasó por procesos de enmienda y reforma en 2011, 2015 (aunque estas modificaciones se declararon inconstitucionales tres años más tarde), 2018, 2021, 2024 (en dos ocasiones) y podría sufrir cambios nuevamente si gana el sí en las tres preguntas de referéndum este domingo.

Sin desmerecer la trascendencia de la Constitución o de ciertas transformaciones que pueden provenir de una Constitución, parecería que los ecuatorianos tendemos a depositar expectativas demenciales en el cambio constitucional. Estamos obsesionados con el cambio constitucional, como si la Constitución fuera una condición indispensable para el cambio social y como si nada fuera posible sin cambiar de Constitución. Tenemos un fetiche con el cambio constitucional. Asociamos cambio constitucional con cambio social.

De hecho, el gobierno que convoca esta consulta ha manejado un discurso según el cual la causa de todos los problemas que afectan al Ecuador es la Constitución (o la Corte Constitucional) y, por lo tanto, cambiando de Constitución (o liberándonos de la Corte) los resolveremos.

Tenemos una fe ciega en las virtudes de los textos constitucionales. No hemos comprendido que la Constitución NO es un plan de gobierno. Las Constituciones deberían ser normas de largo alcance y permitir que distintos tipos de gobiernos con sus distintos planes se sometan a las mismas reglas del juego, sin importar si son de izquierda o derecha.

Pero esto no está ocurriendo. Los procesos constituyentes en Ecuador han estado movidos por objetivos de muy corto plazo, casi siempre asociados a los cambios de gobierno. Los distintos gobiernos han buscado cambiar la Constitución para facilitar que el poder político de turno pueda asegurar su capacidad de gobernar sin contrapesos y sin límites.

No terminamos de comprender la diferencia entre el reparto del poder político y la reorganización del poder. Deberíamos centrar nuestras energías en determinar cómo reorganizar el poder para asegurar que los ciudadanos podamos convivir ejerciendo al máximo nuestros derechos y libertades. Pero las energías se están dedicando a cuestionar el catálogo de derechos y garantías. Así como en 2008 las personas se obsesionaron con ampliar el catálogo de derechos, sin reparar lo suficiente en cómo organizar el poder para hacer efectivos esos derechos, ahora la discusión pública está enfocada en mermar derechos y garantías y no en reorganizar el poder.

Tendemos a cometer los mismos errores. La Constitución de 2008 respondió a un proyecto político y ahora se busca cambiarla por una que corresponda a un proyecto político distinto. La Constitución de 2008 reforzó el presidencialismo y todo apunta a que una nueva Constitución terminará por reforzarlo aún más.

Mi llamado es a que reflexionemos sobre el sentido de una Constitución y sobre el momento que estamos atravesando. En cuanto al sentido de una Constitución, recordemos que una Constitución es mucho más que un texto normativo, es un pacto social y político, es nuestro acuerdo básico de convivencia. Las Constituciones nacen para limitar el poder. Y una Constitución no se produce cuando se publica en el Registro Oficial, sino cuando los miembros de una sociedad se reúnen y llegan a ese acuerdo fundamental sobre los principios, valores y normas que regirán su convivencia.

Una Constitución es un proyecto de vida en común y, por tanto, debe nacer de un acuerdo social y construirse con la participación activa de la ciudadanía. Si una Constitución aspira a ser duradera y cambiar algo en la sociedad, no puede ser el producto de un grupo de individuos iluminados encerrados en una oficina redactando las reglas a las que nos someterán a todos. La Constitución es el pacto de toda la sociedad, no solo de quienes están en el poder, y no puede construirse sin escuchar e incluir las voces de los más desaventajados.

Escuchar a todas las voces es indispensable, no sólo por los efectos que eso tendrá sobre el grado de legitimidad democrática de la Constitución, sino porque es en esos procesos sociales que tienen lugar cuando nos escuchamos, donde realmente ocurren los cambios que importan y que duran.

Valdría preguntarnos entonces si en este momento en Ecuador existen las condiciones para que ese cambio de nuestro pacto de convivencia social tenga éxito, es decir, si este es el momento adecuado para entrar en un proceso constituyente. Y para ello, es útil recurrir a la teoría del momento constituyente.  

La teoría de Bruce Ackerman sobre el momento constituyente  distingue los momentos de la política ordinaria de los momentos de política constitucional.  En tiempos de política ordinaria,  las decisiones se toman por representantes y la ciudadanía participa de forma limitada. Pero en ciertos momentos excepcionales, el pueblo participa activamente en debates intensos que conducen a acuerdos profundos y duraderos.

Para que una Constitución sea exitosa, es clave que esté precedida de un momento constituyente. Esto es lo que genera la posibilidad de que las discusiones constitucionales sean distintas de las discusiones políticas ordinarias. Esta distinción es la que permite a los constituyentes debatir cuestiones de largo aliento, sin estar centrados en cuestiones coyunturales o en intereses de corto plazo.

Un momento constituyente es un momento excepcional desde el punto de vista temporal y desde el punto de vista de las condiciones de deliberación pública. Los momentos constituyentes son períodos excepcionales en los que la apatía por lo político se transforma en preocupación por lo político, las personas buscan informarse e involucrarse al punto que se produce una reflexión colectiva sobre el futuro del país y la necesidad de reconfigurarlo. Se trata de momentos excepcionales porque es posible identificar un consenso amplio y profundo en la sociedad.

¿Cómo saber si estamos viviendo un momento constituyente? La piedra angular de la teoría de los momentos constituyentes radica en el consenso. Es ese consenso previo el que dará legitimidad a las normas constitucionales que surjan. Justamente porque la Constitución no es solo un texto normativo, sino un pacto político entre los ciudadanos, para que ese pacto tenga legitimidad, debe surgir de un proceso profundo en el que una amplia mayoría de la sociedad participe activamente y alcance un acuerdo básico sobre hacia dónde quiere dirigirse. Los consensos profundos alcanzados durante un momento constituyente son los que permiten que la nueva Constitución perdure en el tiempo y sobreviva a cambios políticos.

Incluso si hoy no existe todavía ese consenso, deberíamos preguntarnos si al menos existen las condiciones para que ese nuevo pacto social sea producto de un consenso amplio sobre lo que los ecuatorianos consideramos fundamental. Porque si lo que tenemos no es un momento de consensos profundos, sino más bien de polarización, de confrontación, de racismo, entonces no estamos viviendo un momento constituyente. Ecuador acaba de salir de un mes de paralización y movilizaciones sociales que evidenciaron profundos desacuerdos. Ecuador está atravesando, según el presidente Noboa, por un conflicto armado no internacional. Si lo que caracteriza al Ecuador actual es la violencia extrema, posiblemente no sea el mejor momento para ir a una nueva Constituyente.

Corremos el riesgo de dar paso a lo que se conoce como un constitucionalismo autoritario, en el que el proceso constituyente se utilice para concentrar el poder y erosionar el pluralismo, los derechos y las libertades. Un proceso de creación constitucional no puede ser excluyente ni autoritario, no puede ser una herramienta de concentración de poder o una nueva imposición ideológica. La concentración del poder debería preocuparnos, independientemente de si el poder lo ocupa el “correísmo” o el “noboísmo”.

La historia nos demuestra que las Constituciones nacidas sin estar precedidas de momentos constituyentes genuinos tienden a ser menos estables, porque no se construyen sobre acuerdos profundos. Esto puede llevar a reformas frecuentes o incluso a su reemplazo en corto tiempo, como está pasando con la Constitución de 2008. Ecuador atraviesa momentos de extrema polarización, profundos desacuerdos, conflictos y confrontaciones, en los que no existe un consenso amplio ni profundo, y por lo tanto no existe un momento constituyente. Difícilmente, de estos momentos saldrá una buena Constitución.

En ausencia de un momento constituyente, quienes ocupan el poder político podrían terminar por imponer una nueva Constitución sin respaldo popular, lo que puede generar desconfianza, resistencia e inestabilidad política. Y esto también debería preocuparnos. 

La Constitución de 2008 requiere de reformas profundas, pero esas reformas no necesariamente pasan por una refundación del país. Antes de votar el domingo, los ecuatorianos deberíamos preguntarnos si el cambio constitucional que nos propone el gobierno responde a un verdadero momento constituyente, nacido de un consenso social, o si obedece más bien a expresiones de un constitucionalismo autoritario en el que alguien desde el poder ya tomó la decisión y sólo nos está llamando a votar para que legitimemos esa decisión.

 


Cita recomendada: Daniela Salazar Marín «El momento constituyente que no tenemos», IberICONnect, 12 de noviembre de 2025. Disponible en: https://www.ibericonnect.blog/2025/11/el-momento-constituyente-que-no-tenemos/

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