La transformación del papel de los animales en las cortes 

Desde hace algún tiempo, los animales se encuentran en los tribunales. Ya no acuden en calidad de acusados, como ocurría hace varios siglos en Europa, donde ratas desobedientes que invadían cultivos de cebada o cerdos indolentes que atacaban niños a su paso eran juzgados y condenados y los jueces montaban un teatro sin sentido donde los declaraban responsables y los condenaban a las penas más crueles.

Ahora, aparecen como sujetos que reivindican sus derechos, exigen el fin del maltrato injustificado y piden que se comprenda su libertad, eliminando los barrotes de circos, zoológicos y centros de experimentación.

Los animales comienzan también a ocupar las plazas públicas y a participar en política. Es cierto que no lo hacen con voz propia, sino que su representación es asumida por personas que exigen una transformación radical en la concepción de las relaciones entre humanos y animales. Estas voces contrastan con los pálidos susurros que, con vergüenza al ridículo y el rechazo social, iniciaron hace unos 50 años el movimiento contemporáneo por la liberación animal, que llevó a la Proclamación de la Declaración de los Derechos Universales del Animal, en la Unesco, en 1977


Los derechos humanos mordiéndose la cola

Las reivindicaciones de derechos del movimiento animalista resuenan hoy en el centro de la agenda política y jurídica de muchos países alrededor del mundo. Paradójicamente, sus mayores detractores son los defensores de una concepción tradicional de los derechos humanos, quienes, dando vueltas sobre su propio eje, responden todas las propuestas de los animalistas con una petición de principio: afirman una y otra vez que los derechos son humanos porque vienen de la dignidad humana que es un atributo humano, como su nombre lo indica.

Los derechos humanos son, en esta concepción, una condición natural y esencial del ser humano que radica en su capacidad para elaborar complejos razonamientos morales y darse así sus propias normas de vida. Tener derechos es ser autónomo, agente de los derechos propios y usar un lenguaje abstracto para defenderlos. 

La tradición llega también a extremos difíciles de explicar.  Por ejemplo, en Colombia se discutió recientemente la procedencia de una acción o recurso de hábeas corpus para obtener la libertad del oso Chucho. Un oso de anteojos que fue trasladado de una reserva natural a un zoológico, con un clima inadecuado para su especie, y una reducción intensa a su espacio vital. La solicitud de amparo fue negada mayoritariamente bajo la consideración de que el hábeas corpus, por su esencia, solo puede proteger la libertad humana. Algunos magistrados se mostraron dispuestos a quemar las naves de los derechos humanos, con tal de que los animales no se monten en ellas: aseguraron, por ejemplo, que no tiene sentido pedir derechos para los animales ¡dada la ineficacia comprobada de los derechos humanos! (Corte Constitucional, Colombia. Sentencia SU-016 de 2020).

En términos generales, la filosofía moral y las principales teorías de la justicia respetan algunas ideas centrales de la tradición; la autonomía, al igual que la pretensión de crear reglas universales en un razonamiento o un diálogo que se adelanta en condiciones de igualdad o libertad son valiosas. Sin embargo, como se mostrará a continuación, distintos sectores hacen preguntas y afirmaciones incómodas que iluminan los vacíos de esa prestigiosa construcción.

Desde el origen del pensamiento animalista contemporáneo (Peter Singer; 2018), se ha explicado que, cuando la construcción de los derechos descansa solo en la razón, lo que ocurre es que el ser humano valora especialmente las cualidades que considera únicas (el antropocentrismo es, por cierto, una actitud demasiado humana). Por eso, siguiendo expresiones acuñadas por movimientos históricos de defensa de los derechos y extensión de la justicia, consideran que esta construcción debe llamarse especista. 

Otras voces indican que el ser humano no puede escindirse entre razón y emoción, entre razón y sentimientos, sin perder así su condición humana. Denuncian que esta defensa absoluta de la razón no solo ha llevado a la exclusión de los animales del “mundo de los fines” sino que ha excluido a muchos personas de ese reino de los fines: a todos aquellos que, temporal o definitivamente, no están en capacidad de ser autónomos o independientes, en el sentido mencionado (Derridá; 2006). Denuncian entonces que una razón escindida de la emoción estaría sobrevalorada, no solo porque empobrece la concepción de la persona humana, sino porque es funcional a la creación de dispositivos de exterminio. 

Pero la división entre razón y emoción demuestra, además, nuestra profunda ignorancia sobre la vida de los animales. Algunos etólogos han demostrado ejemplos de la inteligencia animal, como la capacidad de auto reconocimiento, la previsión del futuro, la memoria a mediano plazo o la solución de complejos problemas, no solo en los grandes simios o los delfines, sino también en  elefantes, ratas y ratones y en una gran variedad de especies de aves, por mencionar solo algunos de los casos documentados. (De Waal; 2014).

Otros autores se han ocupado de la vida social de los animales. Estos, han mostrado que ejercen una forma de participación en la política – entendida en sentido amplio– pues su sola presencia condiciona las decisiones humanas sobre la concepción de los entornos, en la ciudad y el campo. Y otros nos enseñan que sus vidas están marcadas por relaciones de solidaridad, reciprocidad, empatía y confianza que se presentan en el mundo animal (Bekoff y Pierce, 2007; Kymlicka y Donaldson, 2018). Sus líneas nos dicen que, si bien no todas las interacciones animales son positivas (se dan casos de agresiones injustificadas), en su inmensa mayoría son prosociales, es decir, destinadas a propiciar una vida armónica en sus grupos sociales, incluyendo la protección de los más débiles.  

Para completar este breve panorama, el sujeto moderno de derechos es la base de una importante ficción para las teorías de la democracia. La del sujeto libre que, en igualdad con otros y otras, firma un pacto de convivencia. Autoras como Martha Nussbaum (2007) han denunciado que si esta construcción no admite ajustes, deja fuera del contrato a las personas con graves discapacidades cognitivas y afecta intensamente los derechos de los migrantes: por eso exige ampliar las fronteras de la justicia.


No solo los burros hablan de orejas

Las estrategias argumentativas para extender los derechos a los animales y ampliar las fronteras de la justicia han cuestionado muchos puntos centrales de la concepción tradicional de los derechos humanos. También han abierto caminos imprescindibles para superarlas.

El ser humano tiene la capacidad de razonamiento moral y eso lo hace responsable por sus actos. Ante otros seres humanos, ante los animales y el entorno. Esta es su diferencia específica. Sin embargo, el dolor y la capacidad de sufrir tienen relevancia moral, aunque esto no significa que el bien se determine mediante sumas y restas de felicidad y dolor. Sino que es injusto hacer sufrir a seres capaces de sentir. 

Las emociones son relevantes para los derechos humanos. Las emociones morales -como la indignación, la vergüenza y hasta la ira- tienen valor para comprender el sentido de la justicia. No toda emoción contribuye a comprender los derechos, pero eliminarlas oscurece la razón y algunas de ellas son imprescindibles para la creación de lazos solidarios y cooperativos entre las personas.

Autoras feministas vinculadas a la defensa de los animales recuerdan que ningún ser humano es por completo autónomo. Que todos somos dependientes de otras personas en algunos momentos de nuestras vidas y algunas personas lo son durante etapas amplias de su vida. Desde estas perspectivas se propone reconsiderar el valor moral del cuidado y la solidaridad. (Velasco Sesma, 2017).

Los derechos de los animales han trazado varias líneas, en la obra siempre inconclusa de la moralidad y los derechos. Escuchar las voces de los animales, a través de la imaginación y compromiso de quienes los representan, implica acercarse a una fuente de conocimiento para que los atributos de los derechos humanos se enriquezcan. Estas líneas ensanchan las fronteras de la justicia, se articulan a las éticas del cuidado, y reivindican valores ajenos al sujeto liberal del capitalismo: la solidaridad, la reciprocidad o la empatía.


Cita recomendada: César Carvajal Santoyo, «Los animales como maestros de los jueces», IberICONnect, 29 de marzo de 2022. Disponible en: https://www.ibericonnect.blog/2022/03/los-animales-como-maestros-de-los-jueces/ 

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