En este trabajo discutiré el editorial de Tarunabh Khaitan publicado en I-CON. Dicha publicación dio lugar a un debate no solo en el mismo número de I-CON, sino también en Verfassungsblog y en Jotwell. Evidentemente, hay cierta preocupación sobre los desafíos éticos de la actividad académica. No es casualidad que el año pasado también vio la luz una importante obra colectiva sobre metodología de la teoría constitucional. Mi objetivo aquí no es refutar las ideas de Khaitan, sino presentarlas con mayor precisión. 

El argumento de Khaitan. 

El argumento de Khaitan es que un teórico constitucional no debe al investigar un tema perseguir el objetivo de tener un impacto directo en términos de justicia. Es decir, no debe comportarse como un activista. En cambio, su objetivo debería ser aumentar la cantidad y mejorar la calidad del conocimiento disponible en la disciplina, esto es, “la búsqueda de la verdad”. 

Khaitan identifica las siguientes consecuencias problemáticas del activismo en el ámbito académico. Primero, el activista se concentra en un problema concreto para el que tiene una propuesta, también concreta. Al mismo tiempo, ese problema suele exigir que la respuesta sea proporcionada en un tiempo relativamente breve. Estos dos factores hacen que el académico no pueda revisar adecuadamente su trabajo, ya sea por sí mismo, o recurriendo a la lectura e intercambio con sus colegas, presentando sus ideas en seminarios o publicando en revistas con referato. 

Segundo, existe una diferencia importante en las actitudes del académico y del activista. El primero tiene un compromiso con la idea de que puede estar equivocado, incluso completamente, y que por ello tendrá que introducir cambios en su trabajo o, incluso, abandonarlo. Esto puede ser frustrante, pero forma parte del trabajo. En cambio, el activista, incluso uno tolerante y abierto a las críticas, se compromete con un ideal de justicia determinado al que difícilmente vaya a renunciar. 

Finalmente, la generalización del activismo académico podría aumentar el riesgo de la proliferación de académicos extremistas. Khaitan sugiere que una práctica informada por el activismo produciría incentivos para que cada vez haya más publicaciones referidas a problemas de coyuntura que no atraviesan un proceso adecuado de elaboración y revisión. 

¿Para qué?

En “Social Theory as Practice”, Charles Taylor sostuvo que el propósito de la teorización social es que contemos con cierta clarividencia que permita que nuestras acciones sean menos azarosas y contradictorias, que sea menos probable que produzcan consecuencias que queremos evitar. En otros términos, el modo en que la teorización vuelve inteligibles a las prácticas sociales es, en cierto sentido, orientando nuestra acción, sin que ello signifique que la teorización indica cómo hacer que tengamos éxito en la práctica. Para ello, se identifica cuál es el propósito de la práctica.

Entonces, cuando Khaitan señala que la generalización del activismo en el ámbito académico es problemática, está afirmando dos cosas que están interconectadas. Por un lado, asume que la política y la academia son dos prácticas sociales distintas y que, por ello, cada una está animada por un propósito diferente. Y lo que también hace es, en segundo lugar, sostener que si los académicos se convierten en activistas sus acciones se volverán auto-frustrantes. Lo que Khaitan no hace es criticar al activismo político per se, así como tampoco al hecho de que el académico tenga actividad política.

¿Auto-frustrantes en qué sentido? En el sentido de que los académicos dejarán de perseguir el propósito de la práctica de la teorización social, esto es, volver inteligibles a las prácticas sociales. De ese modo, sus acciones pasarán a ser titubeantes, confusas, azarosas, contradictorias. ¿Cómo? Pues bien: afirmando, por un lado, que tienen un interés en mejorar el conocimiento, pero escribiendo trabajos que persiguen una agenda política; defendiendo la idea de la revisión entre pares para mejorar la calidad del conocimiento, pero reduciendo esa revisión al mínimo y trastocándola en un mero intercambio de posiciones políticas; afirmando la libertad de pensamiento, de crítica y la refutabilidad de sus afirmaciones, al tiempo que se aferran a concepciones sobre la justicia que están poco dispuestos a revisar, mientras tienden a ver a las críticas no como una detección de errores intelectuales, sino como acusaciones de haber cometido injusticias.  

En fin, lo que ocurriría con una práctica académica integrada por activistas es que nos costaría reconocerla como una práctica académica.   

Valores epistémicos.

Khaitan declara que no es su intención defender una perspectiva “libre de valores” y explica cómo trata de conciliar al académico con el activista en su propia actividad profesional. Así, sugiere que son sus preocupaciones políticas las que, en parte, lo inducen a seleccionar los temas que estudiará como académico. De manera similar, Khaitan propone que el rol del activista puede tener lugar luego de haberse elaborado una investigación académicamente adecuada, a través de la participación en el debate público, explicando a una audiencia más amplia las conclusiones de la investigación y de qué modo ellas tienen implicancias en discusiones concretas. 

Estas ideas me parecen atractivas y correctas. Pero creo que todavía hay un punto adicional en el que podemos afirmar que la propuesta de Khaitan no es “libre de valores” que permitirá entender todavía mejor el punto desarrollado en la sección anterior y que, sin embargo, no fue advertido por el autor en su editorial. Ese punto adicional parte de la distinción entre valores epistémicos y valores morales.

En el ámbito de la teoría del derecho, este punto fue desarrollado con claridad por Brian Leiter. Una vez que advertimos que cada práctica social persigue un propósito particular podemos pensar en ciertos valores o virtudes que tienen cierta conexión instrumental con aquel propósito. Si lo que pretendemos es aumentar la cantidad y calidad del conocimiento disponible, es decir, “buscar la verdad”, entonces respetaremos ciertos valores, como pueden ser el ajuste con la evidencia, la simplicidad, la mínima alteración de marcos teóricos y metodológicos establecidos, la coherencia explicativa, etc. Estos son valores epistémicos que guían la actividad del académico y que, como vemos, no coinciden con los valores morales que, latamente, se refieren a cuestiones tales como qué obligaciones tenemos con otros, cómo debemos vivir, qué tipo de instituciones políticos debemos establecer y obedecer, etc. Está claro que, en el caso de la práctica política, asumiendo que su propósito sea el de buscar la justicia en las instituciones políticas, entonces los valores relevantes no serán los epistémicos, sino los morales, o al menos un subconjunto de ellos.

En síntesis, la razón por la cual la propuesta de Khaitan no es “libre de valores” no radica en que los valores morales o políticos que inspiran al activista todavía tengan un lugar, sino porque la propia actividad del académico está regulada por un conjunto de virtudes o valores epistémicos que son, en cierto sentido, “independientes” de concepciones políticas. La apelación a esas virtudes nos permite evaluar un trabajo académico en su propia especificidad, es decir, como una contribución a la búsqueda de la verdad, en lugar de por su impacto directo en términos de justicia.   

Ética profesional y metodología.  

Un último punto que me parece que requiere cierta clarificación es que, al plantear la cuestión como una de ética profesional, Khaitan parece dejarla en un plano más bien referido a la decisión individual. Por supuesto, el hecho de que haya publicado la editorial y de que haya promovido el debate posterior demuestra que hay una dimensión pública que va más allá de lo meramente individual. Después de todo, la discusión no es solo sobre decisiones individuales, sino sobre el estado de la disciplina. 

Para ilustrar este punto recurriré a una distinción muy tradicional pero que, en el ámbito de la teoría del derecho, fue planteada por Lon Fuller. Se trata de la distinción entre ética de la aspiración y ética del deber. La ética de la aspiración identifica un conjunto de virtudes a los que una persona debe ajustarse para alcanzar la excelencia en cierta actividad. En nuestro caso, los valores epistémicos indican el camino a seguir para producir trabajos académicos de calidad.

A diferencia de las aspiraciones, que proponen un objetivo, pero no nos dicen qué acción debemos ejecutar, los deberes identifican una acción que debemos realizar u omitir. Una forma posible de presentar el vínculo entre las éticas de la aspiración y la del deber es sostener que la segunda constituye un piso que permite satisfacer mínimamente a la primera. 

En el caso de la academia, el piso mínimo de los valores epistémicos viene dado por las reglas constitutivas de la metodología de la disciplina de que se trate. El respeto a tales reglas no garantiza la excelencia de un trabajo académico, ni siquiera que haga una contribución básica al incremento de la cantidad y calidad del conocimiento disponible. Pero al menos sí permitirá que podamos reconocerlo como un trabajo académico (aunque sea de mala calidad). De modo que, aunque Khaitan no haya explicitado estas ideas, creo que un aporte que se sigue de su propuesta es que las reglas metodológicas de la disciplina tienen que estar orientadas principal o, quizás, exclusivamente por los valores epistémicos.  

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