Estas líneas están pensadas a partir de “Manifiesto por un Derecho de Izquierda” (Ed. Siglo XXI, 2023), libro de autoría de Roberto Gargarella de reciente publicación.
La obra funciona como un trabajo derivativo y sintético de obras previas de Gargarella (y, como veremos, de un amplio espectro de pensadores, juristas y filósofos), lo que implica que es un texto muy sedimentado, y que puede leerse como una continuación natural de “El derecho como una conversación entre iguales” (2021), otro libro que nos daba ya una mirada profunda y panorámica del sentido del derecho constitucional y la justicia.
Esta no es una recensión tradicional, porque no buscará sintetizar puntualmente el contenido, ni buscará hacer un diálogo crítico con el libro, aunque -espero- quedará implícito y explícito su tono y enfoque, tanto como la invitación intensa para leerlo y discutirlo.
Lo que buscaremos será otra cosa: repasar las cuestiones que el libro activa, que lo trascienden, y que nos sirven como recordatorio y advertencia al momento de pensar el derecho y los derechos.
Un manifiesto que es un antimanifiesto. El libro tiene muchas virtudes, la primera de las cuales es la de ser un texto muy bien escrito, sin florituras ni oropeles ni homilías. En ese sentido, no es un “manifiesto” de tono consignista, sino casi un “antimanifiesto”, porque es una pieza sistemática, y a la vez didáctica. En este punto hay que decir que es un libro metódico en su “manifestación”: en el prólogo Gargarella cuenta y acredita su deuda con los denominados “marxistas analíticos”, que habían propuesto desarrollar un “marxismo sin tonterías” (non-bullshit marxism). Consistentemente con ese rigor, el libro no se queda en las tan comunes afirmaciones ex cathedra, y recupera y trata con solvencia y rigor ideas de un amplio espectro de juristas y pensadores contemporáneos.
No es una bomba molotov flamígera sino una gran linterna que ilumina, y que no se queda en la comodidad del cerco del etiquetado (muy frontal) “de izquierda”, en tanto -como veremos- puede ser acompañada y pensada sin mayores problemas por quienes que no se “autoperciben” específicamente en ese hemisferio lateral de las ideas políticas.
Un derecho político. Es tan fácil dejarse atrapar por las sirenas del formalismo como por las de un realismo jurídico negligente. El libro nos recuerda todo el tiempo que la Constitución nació como un pacto político esencialmente igualitario. Pensar en esas raíces, despuntar sus derivaciones, tiene un rendimiento analítico extremadamente fértil y superador de la construcción de dogmas y sofismas ateneístas y curialescos.
El Derecho es mucho más que un frío catálogo de derechos. Es vitalizante la idea recurrente (y central para las afirmaciones del libro) de que los derechos no son premisas que tienen una naturaleza platónica, de algún modo abstracta, sino “resultados” más terrenales que surgen templados en el horno de la historia.
Los derechos pueden y merecen ser entendidos como el resultado de nuestra conversación democrática, extendida en el tiempo. Se trata de nuestra reflexión, a la luz de un pasado que a veces nos enorgullece, pero habitualmente nos espanta: la que surge cuando miramos los horrores y violencias que hemos cometido contra intereses que consideramos fundamentales. Se trata del compromiso que asumimos, colectivamente y de manera pública, de no volver a cometer esos excesos de los que nos avergonzamos. Por ello es que escribimos en nuestra Constitución esos compromisos: de este modo proclamamos en público que haremos todo lo posible para defender, en lo sucesivo, esos intereses fundamentales que tantas veces hemos ofendido. A esos intereses los llamamos “derechos constitucionales”: son hijos de nuestros peores excesos, fruto de nuestra reflexión democrática y expresión del compromiso que asumimos frente a quienes nos rodean y en nombre de las futuras generaciones. Los derechos constitucionales, entonces, nunca más deben ser considerados ajenos al debate democrático, sino parte fundamental y producto de este.
La idea ensayada en el libro -y que nos interpela- es advertir de qué manera muchas de las cuestiones recurrentes del derecho requieren encontrar el nudo de su sentido a partir de reflexiones más profundas: es un hilo rojo que une la forma de pensar derechos patrimoniales y sociales, el derecho a la protesta, el reproche y castigo penal, la libertad de expresión, el rol del poder judicial y las prerrogativas de un ejecutivo, y así todas y cada una de las discusiones y controversias “constitucionales”.
Mirada 360. Muchos análisis se dejan llevar por la inmediatez de lo local, del último punto temporal de datos. El libro es un recordatorio sobre la fertilidad de las miradas de amplio espectro: temporal, geográfico, conceptual. Pone en contexto la ancha y profunda historia del constitucionalismo y la proyecta al hoy, y en ese camino no peca de localismo sino que nos muestra cómo la historia y evolución nos ofrece ejemplos y contraejemplos en diversos países y sistemas. Esta “amplitud” también se percibe en el método y el entorno de herramientas y saberes del libro, que no se centra en los aspectos jurídicos, sino que por método dialoga con ideas de la sociología, de la economía y de la ciencia política. Moraleja posible y necesaria: el que solo sabe derecho sabe poco derecho. Y este recorrido es bidireccional, pues el libro puede ser leído con mucho provecho por quienes estén formados en otras disciplinas.
Miremos lo que pasa: las instituciones cojean y fallan. Y eso es lo que se ve. Sin concesiones, ni anestesias, postula que nuestro idolatrado sistema constitucional está pasando malos momentos. Erosión democrática, derivas autoritarias, desesperanza, estallidos, autoritarismo y polarización. “En ocasiones, la contestación ha sido la perplejidad, el simple no saber qué hacer. Otras veces, ha sido concentrar el poder legal sin mayores miramientos, de manera ingenua, en aquel que graciosamente invoca nuestro nombre (el presidente salvador que promete estar de nuestro lado)”. Así como en un paciente el cuerpo habla con sus síntomas, nuestras instituciones hablan a través de sus disfunciones.
De donde vinimos: el kilómetro cero del pacto constitucional. Buena parte del libro es un viaje de resignificación a los orígenes: por qué hubo eso, y no otra cosa. No lo hace en un plan de originalismo etimológico formalista (esa visión petrificada y esterilizante de un derecho vivo). En cierto sentido, es el originalismo de verdad, que recupera y proyecta las ideas movilizantes de un pacto político fundacional y transgeneracional. Puede ser leído entonces no como un manifiesto político, sino como un manifiesto de carga: cual es el equipaje que vamos llevando en nuestro viaje social.
Dos ideas axiales (tal vez no tan “de izquierda”). Y esos orígenes maridan con cepas del “derecho de izquierda” que Gargarella cifra en dos ideales fundamentales: el “autogobierno colectivo” (que cada sociedad sea artífice de su propio destino, que no existan elitismos “contramayoritarios”), y la “autonomía personal” (que cada quien tenga libertades individuales, de asociación, de ser y hacer lo que quiera). Es notable que estas mismas ideas pueden verse con una génesis que implica un genuino cruce de caminos entre ideas de igualdad y de libertad. A la luz de eso podemos leer cómo Gargarella postula que “la historia de Occidente nos ha permitido conocer varias alternativas o modelos jurídicos que, de un modo u otro, deshonraron ese doble compromiso, lo que afectó por igual a ambos ideales y, a veces, solo a uno de ellos en pos de la defensa del otro”.
Miremos lo que no pasa: el “casillero vacío”. Así como Sherlock Holmes resolvía uno de sus famosos misterios con un perro que no ladró, Gargarella postula en el desarrollo posible de sistemas del constitucionalismo un “casillero vacío”. Lo caracteriza como la presencia de una ausencia: “una curiosa ausencia histórica” que pueda reivindicar “de manera conjunta y simultánea, el autogobierno colectivo y el conjunto básico de nuestras libertades personales”. Gargarella postula entonces ese casillero posible en donde exista
un sistema constitucional que no acepta pagar el costo de un sistema contramayoritario para asegurar la defensa de ciertas libertades personales básicas, ni acepta el sacrificio de tales libertades básicas a los efectos de mantener firme su compromiso con el mayoritarismo político. El derecho todavía nos debe su mejor versión: la del derecho de izquierda.
En este panorama, Gargarella dice que “el constitucionalismo debe ayudarnos a organizar, no impedir, nuestra conversación democrática”. Con ello busca desmarcarse del constitucionalismo de checks and balances que busca establecer límites de lo “indecidible” y que al hacerlo concibe al juez como un gendarme aduanero (y elitista) llamado a amojonar las fronteras de ese territorio.
El demos es sujeto, no objeto del constitucionalismo. La obra de Gargarella nos invita a reconsiderar el papel de la ciudadanía en la construcción y evolución del derecho constitucional. Frente a un sistema que históricamente ha relegado a los ciudadanos a un papel pasivo, frente a un marco judicialista que hace de lo “contramayoritario” y lo “indecidible” una bandera, se hace imperativo reimaginar mecanismos que permitan una participación activa y efectiva en el diálogo democrático. Esta reflexión nos lleva a cuestionar y repensar las estructuras existentes, abogando por un modelo que realmente contemple el autogobierno colectivo y la autonomía personal como pilares fundamentales.
Epílogo para entusiasmados. No es dato menor que el libro tenga un breve “prefacio para escépticos”: el libro puede leerse como una suite acobardante de distopías y problemas. En efecto, allí el autor reporta
la insatisfacción y cierta tristeza por el estado del mundo jurídico actual, conformado por normas creadas, aplicadas e interpretadas por unos pocos (políticos profesionales, jueces, fuerzas de seguridad) en su propio beneficio; por un conjunto de abogados ansiosos por poner sus vínculos y destrezas a disposición del poder, favoreciendo su impunidad y el enriquecimiento de algunos; por un amplio cuerpo de docentes que enseñan un derecho que hace tiempo los aburre y sobre el cual han dejado de pensar de manera crítica.
Pero también cabe frente a este panorama otro modo: la pulsión viva de esa idea de incompletitud que nos delata en falta. La noción de un “casillero vacío” no debe verse como una deficiencia irremediable del sistema jurídico, sino como un espacio de oportunidad y esperanza.
El libro no propone un plan maestro, pero documenta algunas aproximaciones relevantes. En todo caso y sobre todo, cumple eficazmente con mostrar la necesidad de movernos y salir de donde estamos, y se convierte, así, en una invitación a repensar y reimaginar nuestro compromiso -y nuestro discurso teórico y práctico- con los principios democráticos y republicanos.